7,30 de la mañana, todavía es de noche cuando llegamos donde nos recoge el autobús para llevarnos a Mora d’ Ebre con su peculiar puente de bonitas arcadas y, precisamente en él, empieza nuestra caminata. 56 senderistas deseosos de reencontrarse con esos caminos que susurran músicas olvidadas en el trasiego diario; con caminos que nos muestran bellas estampas de campos de cerezos con secuencias de caminos vecinales entre los que destaca alguna que otra higuera con su aroma inconfundible.
Más adelante admiramos los campos de olivos cuajados del preciado fruto.
Algún que otro viñedo empieza a exhibir sus pámpanos teñidos de ocre, evidencia de un Otoño recién estrenado.
El camino a la orilla del Ebro es una delicia, el río juega con nosotros escondiendo y asomando su cauce que discurre entre frondosos árboles. Su anchura, su largo recorrido que atraviesa siete comunidades distintas lo acreditan como corriente fluvial de enorme importancia regalando a su paso la fertilidad que el agua supone para la vida.
Algunas piraguas ponían la nota de color. Al fondo el pueblo de Ascó se alza sobre una colina que sin complejo mira la chimenea de la Central Nuclear.
Acabamos nuestra marcha de 15 kms. con la satisfacción general y con una comida llena de camaradería e inmejorable ambiente.
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